Una noche del mes de ramadán del año 609, mientras se hallaba en una gruta del hira, cerca de la meca, muhammad ibn abdullah ibn abd al muttalib ibn hashim, el futuro profeta mahoma, tuvo una visión. Una voz le dijo:
“yo soy gabriel, el ángel enviado por dios para comunicarte que has sido elegido por él para que anuncies a la humanidad su mensaje revelado”. Y la primera revelación que mahoma recibió fue la siguiente: “¡predica en el nombre de tu señor, el que te ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Predica! Tu señor es el dadivoso que ha enseñado a escribir con el cálamo: ha enseñado al hombre lo que no sabía”.
Estas palabras forman los cinco primeros versículos o aleyas del capítulo (sura o azora) “el coágulo” del corán, el libro sagrado del islam que contiene las revelaciones que mahoma tuvo a lo largo de los veintitrés años que precedieron a su muerte en 632. La meca, cuna del islamismo, era a comienzos del siglo vil un próspero centro comercial con una población de unos 10.000 Habitantes.
Estaba situada en el cruce de las principales rutas del comercio que atravesaban la península arábiga, la cual, a su vez, se situaba en los confines de los dos imperios más poderosos de entonces: al noreste, el imperio persa de los sasánidas y, al norte y al oeste, el imperio bizantino (siria y egipto).
Por la meca pasaban las caravanas que transportaban las mercancías más preciosas de la época: la seda de china, las especias de las indias, los perfumes del yemen que iban a bizancio y a europa. La meca era una ciudad-estado bien organizada, con un con¬ sejo de diez oligarcas (hereditarios) y con ministerios de justicia, defensa, culto, rela¬ ciones exteriores, consultas con los ciudadanos, etc.
Cada uno de esos ministerios era ocupado por uno de los clanes principales de la tribu de los qurayxíes, a la que pertenecía mahoma. Los habitantes de la meca eran renombrados por su generosidad y su honradez: alimentaban a los pobres en las épocas de escasez y hambre y habían fundado incluso una “orden de caballería” para proteger los intereses de los extranjeros víctimas de alguna injusticia por parte de los ciudadanos. Creían en un dios único pero, al igual que la mayoría de las poblaciones sedentarias o nómadas de la península, tenían ídolos a los que adoraban con la esperanza de que intercediera en su favor ante la divinidad.
No creían en la resurrección ni en el más allá. La meca era célebre por un templo conocido como la kaaba que se había convertido en lugar de peregrinación. Supuestamente construida por adán y restaurada por abraham, la kaaba era un edificio cúbico cuyas paredes exteriores adornaban unos 360 ídolos. La virgen maría y el niño jesús figuraban entre los personajes representados en los frescos del interior.
En un ángulo de la kaaba había una piedra negra que era objeto de veneración: ella indicaba el sitio donde comenzaba la procesión ritual que daba la vuelta al templo y donde los peregri¬ nos juraban fidelidad a dios. La peregrinación anual a la kaaba atraía a multitudes de fieles de toda la península arábiga. Mahoma era analfabeto como la inmensa mayoría de los habitantes de la meca, cé¬ lebres, en cambio, por su elocuencia y su amor a la poesía; en efecto, poetas de toda la península acudían a la meca a exhibir su talento y ganarse la aprobación de sus habitantes. Tal era la situación general cuando el profeta comenzó a predicar el mensaje del islam. Cuando tuvo su primera revelación en la gruta del monte hira, mahoma tenía unos cuarenta años.
Nacido en la meca, de una familia de comerciantes árabes, llegó a ser jefe de caravana, como su padre y su abuelo. Su esposa jadiya era la viuda de un comerciante a la que acompañó en sus viajes a siria, yemen, arabia oriental y posiblemente incluso a la distante abisinia que había establecido importantes relaciones comerciales con la meca preislámica. Desde su juventud mahoma había dado muestras de excepcionales aptitudes que le diferenciaban de sus compañeros.
Gozaba, en par¬ ticular, de reputación por su probidad en los negocios, lo que le valió el nombre de al amin, o sea “digno de confianza”. Según los historiadores, mahoma había comprado aun joven esclavo capturado en el curso de una guerrra, zaid ibn harita, a quien trataba bondadosamente. Tras una larga búsqueda, su padre, jefe de una gran tribu, lo encontró en la meca y pidió a mahoma que se lo devolviera a cambio de un rescate.
El futuro profeta respondió que liberaría a zaid sin compensación alguna, a condición de que el muchacho accediera voluntariamente a volver con su padre. Zaid anunció inmediatamente que prefería quedarse con mahoma; éste, profundamente conmovido, le liberó en el acto, le condujo a la kaaba y allí declaró públicamente que adoptaba como hijo a su antiguo esclavo. Otro hecho, que aconteció cinco años an¬ tes de la primera revelación, ilustra el carácter y la personalidad de mahoma.
Los habitantes de la meca reconstruían la kaaba, destruida primero por un incendio y luego por las lluvias torrenciales. Cuando llegó el momento de colocar la piedra negra en su sitio, estalló una disputa entre los diferentes clanes, cada uno de los cuales reclamaba para sí el honor de restituir el objeto sagrado. Cuando estaban a punto de pasar a las armas, un anciano propuso que se dejara la decisión en manos de dios y que la primera persona que pasara por el lugar actuará como árbitro.
Esa persona resultó ser mahoma quien, colocando la piedra en el suelo, sobre una ancha faja de tela, pidió a los represen¬ tantes de cada tribu que levantaran la faja por sus bordes. De esta manera, todos los clanes participaron en la ceremonia y fue el propio mahoma quien repuso la piedra negra en su lugar, para satisfacción general.
Fue hacia aquella época cuando mahoma comenzó a rehuir la vida mundana que le rodeaba y a retirarse a las inmediaciones de la meca donde pasaba sus días entregado a la meditación. Su lugar de retiro favorito era una gruta del monte hira, en la que se recluyó cinco años sucesivos durante todo el mes de ramadán, que entonces caía a mediados del invierno. Y fue en su quinto retiro anual cuando tuvo su primera visión del arcángel gabriel.
Al despertar de su sueño, mahoma volvió a su casa y relató a su esposa jadiya la visita del ángel. Le dominaba una profunda inquietud pues temía que la visión hubiera si¬ do la del demonio disfrazado. Jadiya hizo cuanto pudo por confortarle y al día siguiente ambos fueron a visitar a waraqa ibn nofali, un anciano ciego, primo de jadiya, que se había convertido al cristianismo y era versado en materia de religión. En cuanto mahoma hubo terminado su relato, waraqa exclamó: “si es verdad lo que dices, eso se parece a la nomos (la tora) de moisés.
Y si dios me da vida, te defenderé en la hora en que comiencen a perseguirte”. “¿Cómo? Mahoma ¿seré acaso perseguido por hablar de dios y de sus bendiciones?” “Sí waraqa , jamás profeta alguno ha escapado a la persecución por una parte de su pueblo”. Pronto se difundió por toda la ciudad la noticia de la visión de mahoma. Los primeros en proclamar su fe en su mensaje fueron su esposa jadiya, su fiel esclavo liberto zaid, su amigo abu bakr y su joven primo ali, a quien educaba como a un hijo adoptivo. Los demás se mostraron escépticos, cuando no abiertamente hostiles.
Tres años pasaron sin que el arcángel gabriel volviera a aparecerse al profeta. Su tía urn lajab se mofaba de mahoma diciéndole: “estoy segura de que tu demonio (gabriel) te ha abandonado y te aborrece”. Desesperado por sus dudas y herido vivamente por esta ofensa, mahoma subió a una montaña cercana. En ese instante se le apareció el ángel, que le tranquilizó con las palabras de dios (corán, “el alba”): “¡por la mañana! ¡Por la noche cuando impera! Tu señor no te ha abandonado ni te aborrece... ¿No te encontró huérfano y te dio un refu¬ gio? ¿No te encontró extraviado y te guió?...
¡explica el beneficio que te ha hecho tu se¬ ñor!”. Mahoma comprendió inmediatamente el sentido de este mensaje que ordenaba al hombre creer en dios y ser caritativo. El mensaje que comenzó a predicar mahoma en su ciudad natal entrañaba dos nociones fundamentales: la unicidad de dios y la resurrección y la vida después de la muerte. El principio de un solo dios omnisciente y omnipresente, a quien todos rendirán cuentas un día, se oponía a las creencias y prácticas idolátricas de los habitantes de la meca.
Al comienzo, éstos se divertían con las enseñanzas de mahoma, luego se burlaban de él y, finalmente, desencadenaron una ola de persecuciones contra el profeta y el pe¬ queño número de creyentes que habían abrazado la nueva religión. Mahoma aconsejó entonces a sus compañeros que buscaran refugio en la cristiana abisinia cuyo rey les daría asilo y protección. Cuando los mequíes, enfurecidos, enviaron una delegación para obtener del negus la extradición de los refugiados musulmanes, el soberano rechazó su petición.
Como consecuencia de este fracaso aumentó la represión contra los musulmanes que se habían quedado en la meca, llegándose a prohibir todas las transacciones comerciales con la tribu del profeta, incluso la venta de alimentos, lo que provocó la muerte de muchos creyentes. El bloqueo fue levantado al cabo de tres largos años, pero ello no puso fin a las dificultades del profeta. Su tío abu talib, jefe de la familia y protector suyo, murió y el nuevo jefe del clan, otro tío suyo, abu lahab, declaró a mahoma fuera de la ley, por lo que cualquier persona podía asesinarlo impunemente.
Sin otra alternativa que abandonar la meca, el profeta buscó asilo en la vecina ciudad de taif, pero su pobla¬ ción se mostró más hostil aun, por lo que pronto volvió a su meca natal gracias a la protección de un amigo suyo no musulmán. Mahoma decidió entonces establecer con¬ tacto con los extranjeros que iban a la meca con ocasión de la peregrinación anual a la kaaba.
Tras varios intentos fallidos con gentes de diversas tribus, un pequeño grupo procedente de yatrib, conocida más tarde como madinat al-nab¡, “la ciudad del profeta”, o simplemente medina, adhirió a su causa y comenzó a predicar su mensaje. Al año siguiente, doce peregrinos de medina proclamaron su conversión al islamismo y volvieron a su ciudad acompañados de un misionero de la meca que había recibido instrucciones del profeta para predicar el islam en medina.
El misionero tuvo tanto éxito que al año si¬ guiente 72 musulmanes de medina fueron a la meca e invitaron al profeta y a todos los creyentes perseguidos a emigrar a su ciudad. Mahoma aceptó pero antes pidió a los musulmanes que emigraran a medina en pequeños grupos, a fin de que sus coterráneos no se opusiera a lo que habría podido constituir un verdadero éxodo. A medida que aumentaba el número de musulmanes que abandonan la meca, los habitantes de ésta comenzaron a temer que el profeta también pudiera encontrar asilo en algún lugar y volver con sus huestes a atacar la ciudad, por lo que decidieron matarle.
Cuando mahoma se enteró de la conspiración, buscó a su amigo abu bakr y juntos resolvieron abandonar la meca por la noche y trasladarse a medina. Abu bakr contrató a un guía para que les llevara dos camellos al lugar donde permanecían ocultos y los condujera por caminos poco frecuentados. Tras muchas peripecias llegaron a medina, lo que colmó de alegría a los musulmanes que se encontraban allí instalados.
Este acontecimiento, la hiyra o hégira, constituye el comienzo de la era musulmana que, según el calendario islámico, acaba de cumplir catorce siglos (véase el art. De la pág. 43). Antes de la hégira, la vida del islam estaba llena de dificultades y peligros; después de ella, en medina, vinieron tiempos de relativa seguridad y de progreso en los que se completaron gradualmente los diversos aspectos del islam y pudo crearse un estado islámico. Mahoma era un hombre práctico.
Quería establecer los principios que guiarán el comportamiento de los musulmanes en todos los aspectos de su existencia, tanto su vida espiritual y personal como su actividad política como miembros de una comunidad. Y fue en medina donde emprendió esa tarea. El primer problema que debió encarar fue el de los refugiados.
Propuso entonces que cada familia acomodada de medina acogiera fraternalmente a una familia de refugiados de la meca y que ambas trabajaran y se ganaran la vida juntas, como si se tratara de una sola familia. Luego se planteó el problema de la seguridad de los musulmanes. A la llegada del profeta, medina carecía de organización política debido a que los diversos clanes guerreros no reconocían ninguna forma de autoridad estatal o personal.
Mahoma convocó a los representantes de todos los grupos musulmanes, árabes idólatras, judíos y cristianos y les propuso la creación de una ciudad-estado cuya fuerza disuadirá a quienquiera que pretendiese atacarla. La propuesta fue aceptada y se eligió a mahoma jefe del nuevo estado. Inmediatamente el profeta se dedicó a redactar una constitución. El texto, que ha lle¬ gado hasta nosotros, representa la primera , constitución escrita que se conoce. En ella . Se definen los derechos y deberes del jefe del estado y de sus súbditos y se establecen las medidas adecuadas de defensa, justicia, seguridad social y otras actividades necesarias de la comunidad.
La característica principal de esa constitución es la tolerancia, en el sentido más amplio del término; en virtud de ella toda persona, musulmana o no, disfrutaba no sólo de libertad de conciencia sino además de libertad frente a las leyes y la justicia: así, por ejemplo, la ley musulmana no se aplicaba a los no musulmanes en materia civil ni penal. Mahoma comenzó luego a organizar la seguridad del Estado musulmán estableciendo una serie de alianzas defensivas con las tribus de las inmediaciones de Medina. Fortalecido por esas alianzas, prohibió que las caravanas que viajaban a Siria, Egipto e Irak atravesaran el territorio islámico.
Cuando los habitantes de La Meca trataron de abrirse paso por la fuerza se encontraron con que les oponían resistencia bandas de musulmanes tres y hasta diez veces inferiores a sus propias fuerzas. Así, la gran victoria que representó la batalla de Badr (año 2 de la Hégira) fue obtenida por .300 musulmanes contra unos 850 paganos. Con el paso de los años La Meca comenzó a dar señales de agotamiento económico
Mahoma ofreció generosamente una tregua, más, cuando ésta fue violada por los mequíes, el Profeta ocupó la ciudad sin derramamiento de sangre. Su primera decisión fue proclamar una amnistía general, lo cual conmovió tanto a la población que la mayoría de ella se convirtió de la noche a la mañana al islamismo.
Con la conquista de La Meca, el Profeta pudo negociar con el Imperio bizantino que no vacilaba en asesinar a los embajadores musulmanes ni en condenar a muerte a aquellos de sus súbditos que habían abrazado el islamismo. Pudo también Mahoma ocuparse del resto de la Península arábiga que enviaba numerosas delegaciones a Medina para que proclamaran su conversión a la nueva fe.
Dos años después el Profeta hizo su peregrinación a La Meca, a la Morada de Dios, con lo que culminaba y terminaba la edificación del Islam. Su misión en la tierra estaba cumplida. Tres meses más tarde moría. Hacia el año de su muerte, en 11/632, toda la Península arábiga y las regiones meridionales de Palestina y de Irak se habían convertido al Islam.
El Estado islámico, nacido en un barrio de Medina en el año I de la Hégira, abarcaba entonces tres millones de kilómetros cuadrados y se había dotado de las instituciones económicas, militares, educativas, jurídicas y de otra índole, necesarias para su supervivencia y su desarrollo. Antes de su muerte el Profeta había resumido los cinco deberes espirituales primordiales del Islam:
la profesión de fe (”No hay más Dios que Dios y Mahoma es el enviado de Dios”), el rezo de las oraciones diarias, el pago de impuestos, la peregrinación a La Meca y el ayuno durante el mes de Ramadan. Estos cinco principios de la fe, en los que lo material y lo espiritual forman un todo armónico, siguen constituyendo aun hoy día los fundamentos mismos del Islam.
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